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En el lio de ser madre.

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¿ Es necesario llorar en el cine?

He aquí un post en forma de reflexión, tal vez algo vana, un pensamiento que me ronda en la cabeza, nada profundo, uno de esos que decides expresar un viernes cualquiera, después de una noche sin dormir pasando mucho calor….
Y digo yo, ¿es necesario que en muchas películas infantiles, deba morir algún progenitor del protagonista para potenciar la superación personal?
Ya, así dicho, suena una pregunta un poco extraña…a cuento de nada…pero todo viene desencadenado, porque he llevado a Tenedor a ver : “Dragones 2”…ni que decir que la primera nos encantó, el guión, el mensaje, su protagonista , ese vikingo tan atípico capaz de cambiar las cosas, y como no “desdentado”, un dragón negro, que todos querríamos tener como mascota…con todas estas premisas a favor, allá nos fuimos…
Todo iba bien, hasta que en un punto de la película…( si tienes intención de verla, no sigas leyendo, porque voy a contar lo que pasa….)Hipo encuentra a su madre después de 20 años, y cuando decide volver a su hogar junto a su hijo y su marido, en ese momento de felicidad, los guionistas van y matan a “Estoico”, el padre y jefe vikingo…en ese momento la sala se llena de llantos, de quejas de niños, incluido el mío, que se sentó en mi regazo llorando, y le duró casi hasta el final…hasta a mí, se me escaparan unas lágrimas ( eso, no se debe tener muy en cuenta, lloro a menudo, falta de sueño, hormonas descontroladas…)
Vamos, que fuimos a pasar un buen rato, y se llevó un gran disgusto…me gustaría pensar, que hay otras formas de que los niños aprendan, que se les de una lección de superación personal, de encontrar la fuerza interior, que no sea siempre tras la muerte de un ser querido.
Porque, larga es la lista de películas en las que esto ocurre, empezando por: Bambi, La Cenicienta, el Rey León….incluso en las de princesas como Frozen , por nombrar algunas…
En fin, avisé que era una simple reflexión, y dicho esto, me voy a sumergir en mi jornada laboral, tengan ustedes un buen fin de semana…y si deciden ir al cine…la película no está mal…aunque me quedo con la primera.

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El misterio de la arena en los zapatos.

A lo largo del curso,  un hecho,  se ha repetido prácticamente todos los días.

Al principio,  pensé que era algo fortuito, un hecho casual y aislado, producto de un determinado juego, que yo no atinaba a descubrir.

Pero en breve comprobé, que lejos de ser puntual, se repetía con insistencia. Al principio, era sobre todo en las zapatillas, pero después se extendió a  cabeza, bolsillos, y cualquier sitio que fuera propicio al almacenamiento de arena…

Si,  arena, eso es,  lo que Tenedor acumulaba sin descanso en sus zapatos, y no un poco, mucha, tanta, que no sé cómo conseguía caminar con ella.

Durante todo el año, mi casa,  ha sido víctima,  de esa arena que salía de todas partes, incluso,  después de barrer o aspirar…Salía de debajo del sofá, de las sillas, de la lavadora, de los pantalones,  cuando los planchaba, da igual,  las veces que lo sacudiera, siempre hallaba,  unos granitos que no había visto, alguno,  que se había quedado atrapado en el forro del bolsillo, debajo las plantillas de las zapatillas, alguno,  que salía de no se sabe donde…

Y por mucho que he intentado imaginar,  qué clase de juegos, puede desencadenar, en que un niño acabe lleno de arena de cabeza a pies, no consigo descubrirlo.

Solo me he librado de su presencia, los días de lluvia. Y no será, porque yo,  no haya llevado veces a mi niño, al parque, pero en ninguna ocasión, ha vuelto  a casa, con esa cantidad indecente de arena.

Supongo,  que nunca sabré lo que hace en ese rato de patio, quién es el gracioso, que le llena sus bonitos rizos de esa asquerosa tierra, como consigue que sus zapatos parezcan un cubo de playa, supongo,  que no comprenderé cuál es la gracia de llenarse los bolsillos de arena, de pasarla de mano a mano, sin ningún otro fin, que pasarla de mano a mano, y ver como se desliza entre los dedos, supongo, que eso, solo es comprensible, si tienes tres años, y jugar no tiene normas, ni reglas….supongo, que a mí, me queda resignarme, seguir aspirando todo lo que sale de su  ropa, y descansar los días en que la lluvia, me da un respiro.  Ahh, no, que esos días toca limpiar barro de las suelas,  supongo, que ya  no hay descanso.

DSC_0286[1]Esto ha salido de un solo zapato….

La vida con un carrito

Erase una vez, una madre ilusa e inocente, una,  que confiaba en el transporte público, una,  que creía en el  apoyo ciudadano. Una,  que aprendió la lección, como se aprenden muchas, con el error y la práctica.

Una,  que ya embarazada,  sufrió el aplastamiento en los vagones del metro, ante la cara impasible del resto de los pasajeros, una,  que puede contar con los dedos de una mano, las veces que le cedieron el asiento, y a pesar de ello, volvió a descender a las profundidades  de la tierra, esta vez, ya con el bebé y un carro…

Empezó mal su aventura, la estación de su barrio, carecía de escaleras mecánicas, de ascensor,  ni hablamos, pero como era bajada, llegó sin aliento al andén, pero dominando la situación.

Dentro del vagón, le fue difícil hacerse con un sitio, no obtuvo demasiada colaboración, y la cosa empeoró, cuando empezó su ascenso hacía la luz, otra estación sin escaleras, sin ascensor, y de subida. Toda digna, y repitiéndose una y otra vez: “no hay dolor”, iba escalón a escalón, ahora notaba, como empezaba a sudar…y era invierno,  la gente la esquivaba, como si fuera un estorbo, un  obstáculo,  que les impedía correr…

Ya casi al final del recorrido, una chica,  le ofreció ayudarla, y juntas llegaron a la salida, respiró entonces aire puro, notó sus brazos entumecidos, el sudor bajando por su espalda, la falta de aire en los pulmones…y solo podía pensar, que  en unas horas, tenía que repetir todo aquello, para  volver a casa…

La vuelta fue igual o peor, nadie la ayudó, salvo al final, un chico joven y apuesto, a subir el tramo de salida.

Desde aquel día, decidió que no volvería a usar el transporte público, si iba sola, que sintiéndolo mucho, con coche iba más cómoda, menos estresada, el bebé más tranquilo, puede que fuera menos ecológico, hasta algo más caro, pero su espalda, brazos, y estabilidad emocional, se lo agradecerían.

Pero como el hombre,  es el único animal,  que tropieza dos veces  con la misma piedra, lo intentó otra vez, ahora con el autobús…a  la ida sin inconvenientes, a la vuelta, se quedó bajo la lluvia, agarrada a su cochecito con el niño llorando, esperando al siguiente, porque había alguien con un carrito de la compra…la indignación,se apoderó de ella, y ratificó su postura de NO al transporte público.

Mantuvo, durante un tiempo,  su postura de no usarlo, sino iba en compañía, pero,  como no hay  dos sin tres…este sábado, volvió a coger el autobús…

Notó como su corazón latía fuerte,  mientras esperaba el bus, pero por suerte, no había carro, y estaba medio vacío, así que llegó a su destino, como estaba previsto….

Pero le quedaba el regreso…esperó en una parada, una del centro, el autobús lleno, imposible subir…decidió andar, hasta otra, en la que coincidían dos líneas que le llevaban a su casa, caminó, y esperó, otros 15 minutos,  autobús lleno, otro con carro, otros 15 minutos, autobús medio vacío y con carro, otros 10 minutos, autobús tan lleno, que no cabía nadie,  y así sucesivamente, hasta la friolera de 8 autobuses.  Tuvo en varias ocasiones,  que mantener la compostura, y no ponerse a llorar de forma desconsolada. Su hijo, la miraba, y le preguntaba cuando les tocaba a ellos, ambos bromeaban con la espera, el cansancio, y las ganas de llegar a casa…

Era el último que estaba dispuesta a esperar, sino,  prefería caminar, que seguir viendo pasar los minutos, y los autobuses. Más de una hora  perdida, para un trayecto de quince minutos.

Llegó a su casa abatida, agotada,  desmoralizada, y con la absoluta certeza, de que el transporte público, al menos, el de su ciudad, no era  lo más aconsejable para viajar sola con niño y carro…

¿Soy una madre implicada?

Al convertirte en  madre, tu relación con el mundo que te rodea, deja de ser la misma.

Hacer cosas habituales, adquieren otra dimensión: ir a comprar al supermercado, tomarte un café en un bar, salir a comer fuera, intentar probarte ropa en una tienda…

Aprendes a sobrevivir, en terrenos  desconocidos: el parque, una piscina de bolas…

Y uno de los más temidos: el colegio. El año pasado, Tenedor empezó a ir a la guardería, y mi implicación fue prácticamente nula. Cuando pidieron voluntarios, para contar a los peques nuestra profesión, la mía no me pareció de interés, y menos para niños de 2 años. Luego pidieron padres,  para ir a contar un cuento y cuando me decidí, ya estaba el cupo lleno.

No me enteré,  cuando organizaron las actividades de las fiestas del colegio, incluso, fui de rebote a alguna de las reuniones, porque no había visto la convocatoria por internet.

Así que este año, me propuse, renacer de mis cenizas,  de mala madre no implicada, y empezar el curso, como una madre entregada a la causa.

No he fallado a ninguna de las reuniones, me apunté a la actividad de cuenta cuentos, Tenedor, ha llevado a clase todo el material solicitado, he cooperado activamente, en su proyecto sobre la prehistoria, y mi última aventura: ser madre voluntaria en la Gymkana organizada por el colegio.

Íbamos todos los padres disfrazados de hormigas, la temática, se deduce:  el hormiguero, como moraleja, que trabajando todos juntos, por pequeños que seamos, podemos conseguir grades cosas, y que todos tenemos algo que aportar.

La gymkana tenía 5 pruebas, con 6 equipos, cada padre, participaba en el día, en el  que lo hace su hijo. Me lo pasé genial, casi mejor que ellos.

No tenía muy claro, cual quería que fuera mi relación con el colegio, no soy de esas madres, pesadas, que siempre quieren estar en todo, siempre las primeras, siempre con algo que decir, siempre las más guays, las más preparadas, las más implicadas…esas que las ves, y se te atragantan, pero si he decidido que quiero estar presente, al menos en los actos más relevantes, creo que es bueno para los niños, notar que sus padres se interesan, y forman parte también,  de ese nuevo mundo,  que están descubriendo: el colegio.

La cara de Tenedor, vale, cualquier esfuerzo, incluido, el de aguantar a las madres perfectas, le hace tanta ilusión, verme allí, participando.

Comprendo,  que en la mayoría de los casos, las actividades se realizan en horarios, en los que estamos trabajando, y si ya es difícil,  conciliar con los horarios normales, más con los extras, pero recomiendo,  que en la medida, de lo que cada una pueda, colaborar y estar  implicadas, con la vida escolar de nuestros hijos.  A mi, me ha resultado muy enriquecedor, y además así,  los observas en su ambiente, con sus compañeros, es una experiencia muy interesante.

Supongo, que es una decisión que hay que tomar: participar, o no participar, y que la respuesta cambiará,  según la situación en la que nos vayamos encontrando.

PD: Por protección de imagen de los peques, no os puedo poner ninguna foto, de mi momento hormiga, pero os dejo una,  de mis antenas, que para mi, fue todo un logro, hacerlas caseras.

 

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¡Las excursiones del cole!

De pequeña me encantaban las excursiones del colegio. Estaba esperando todo el año ese momento.

Recuerdo llegar a  casa,  con el papel que mi madre debía firmar autorizando mi asistencia, y yo lo devolvía firmado, con una sonrisa, y las pesetas correspondientes. Como preparaba la mochila para tal ocasión, que normalmente consistía en:

Dos bocadillos, solía ser uno de chorizo (por aquella época me encantaba, y me los comía sin remordimiento alguno), el otro de jamón serrano con tomate y aceite. Una bolsa de patatas, zumo, agua y algo de postre.

La noche anterior apenas dormía, recuerdo como nos organizábamos para el autobús, era muy importante elegir a tu compañera de viaje, que era siempre una de mis mejores amigas. Recuerdo como me tiraban del pelo, desde el asiento de atrás, era siempre, un chico.

Los viajes eran a ritmo de: “vamos a contar mentiras tralalá, vamos a contar mentiras….” y  otras de la época, mientras las profesoras nos gritaban, que no nos pusiéramos de pie.

No se me olvida el trozo de pan  que le llevé a mi madre hecho con mis manitas, ni la vez que monté en un pony, en otra ocasión fui a la fábrica de vidrio, y me lleve un suvenir de regalo.

Tampoco olvido, la visita a los “Talayots”, o al Santuari  de LLuc…destinos obligados de mi Isla. Cómo caminábamos felices por el campo, como nos reuníamos en grupos,  bajo un árbol,  para comernos nuestras suculentas provisiones, después del esfuerzo realizado.

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El camino de vuelta, ya cansados, felices y comentando las anécdotas del día.

A mi madre esperando ansiosa, a que llegará el autobús, como me abrazaba fuerte, como si llevara mucho sin verme, como me acribillaba a miles de preguntas sobre todo lo que habíamos visto y hecho. Como yo relataba mi historia  y le enseñaba las cosas que había traído, en ocasiones ya algo más mayor, me compraba una cámara desechable de doce  o veinte cuatro fotos, que sacaba con mimo, esperando que se revelaran todas correctamente.

Esa noche,  caía rendida en la cama, soñando con todo lo acontecido.

Y ahora,  le toca a Tenedor, ahora,  soy yo la madre. Ya no existe autorización, te informan por una plataforma digital, y si el niño lleva el sobre, ahora con euros, es que das tu consentimiento.

Ahora,  soy yo , la que dudo si dejarlo ir, es tan pequeño, pero ¿ como voy a privarlo de pasar un día con su amiguitos, haciendo algo diferente?

Ahora,  es él, el que se va a la granja, y vuelve con una maceta para mí, una sonrisa de oreja a oreja y muchas cosas que contar. Ahora,  soy yo, la que espero emocionada a que llegue, la que le realizo mil preguntas sobre lo que ha hecho, él, quien contesta emocionado, y enumera una y otra vez todos los animales que ha visto.

Soy yo,  la que no me canso de escucharlo, a la que se le hace un nudo en el estómago, pensando que tiene que coger un autobús, pensando en qué hará, pensando en que todo saldrá bien.

Ahora,  es él, quien crece, quien experimenta, y descubre, y yo, la que espero con los brazos abiertos, a que regrese, sano y salvo, y me lo cuente todo.

 

 

Un domingo de Museo.

Las dos últimas semanas antes de las vacaciones, en el cole,  han realizado un trabajo de investigación , sobre la «Prehistoria», ni que decir, que para Tenedor ha sido fascinante, se lo ha pasado en grande, adentrándose aún más, en el mundo de los mamuts, y de los cavernícolas.

Ya había comentado,  con la madre de uno de sus compañeros , que podría estar bien llevarles al Museo de las Ciencias, para que pueden ver más de cerca, todo lo que habían trabajado en el colegio, que por cierto, el resultado final, muy bueno, parte de las clases convertidas en cuevas, con el material recopilado de exposición, todo un trabajo de arqueología a su medida.

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Así que este domingo, tras un despertar  y un desayuno complicado, me vi en la coyuntura,  de elegir entre,  dejar que la rabieta y el mal humor se apoderara de nuestra casa, o salir a que nos diera el aire. El mal tiempo ayudó a decidir que el destino era el Museo de las Ciencias Naturales.

Situado en la Castellana de Madrid, tiene una parte para aparcar con zona verde, creo recordar.

La entrada 6 euros adultos, menores de 4 años gratis, y niños 3 euros. Lo peor,  hay que pagar en efectivo, así que,  no hagáis como yo, que tras veinte minutos de cola, tuve que volver a empezar, por no haber pasado antes por el cajero.

El entusiasmo de Tenedor, se  notó desde que puso los pies en el Museo, quería verlo todo, preguntaba el nombre de todo lo expuesto, (aunque la mayoría lo sabía mejor que yo). No había nada, que no le llamara la atención, cada animal era un signo de exclamación. No le daba tiempo a asimilar, tiraba de mi mano de vitrina en vitrina, preguntando , comentando, queriendo saber.

Hay animales de todos los tamaños y especies. Zona para los mamíferos, aves, insectos, animales acuáticos, reptiles. De manera individual o recreando escenas de la naturaleza. (El pequeño se quedó conmocionado con un Búho que se estaba comiendo un conejo). también en  forma de esqueleto, y muchos metidos en frascos de cristal. Incluso hay una sala llena de cabezas de diferentes animales,(renos, ciervos, búfalos,ect) cocodrilos y serpientes de todas las medidas.

Dejamos para el final , la parte de la prehistoria,  y a sus  queridos y admirados Dinosaurios. La exposición  está en otro edificio, (sirve la misma entrada, la vuelven a pedir, así que,  no hay que perderla)

Sus ojos,  se hicieron más grande si cabe, ante aquellos esqueletos de grandes dimensiones.

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No sé muy bien, pero pudimos estar de hora y media  a dos horas, que se nos pasaron volando, fue sin duda, una gran elección para una salida diferente.

El Museo estaba lleno de niños, de todas las edades y además para los más mayores realizan tallares.  Creo,  que es visita obligada en algún momento, cien por cien recomendable.

Días después Tenedor sigue hablando de  los animales, los huesos, los cavernícolas, los esqueletos, y los fósiles, y los llama a todos  por su nombre. Creo que le ha impresionado más que el Zoo, claro que ahora es más mayor.

Así que si buscáis plan para un día de lluvia, este puede ser un buen destino.

UNA MAÑANA DE CUENTACUENTOS: PABLO ALBO

Domingo por la mañana, frío en la calle, buscando planes para hacer, nos acordamos, como no, de las recomendaciones de  Me gusta mi barrio.

Así que, al Matadero nos fuimos, a la sesión de cuentacuentos de la “Casa del Lector”, con Pablo Albo.

Al principio, nos dijeron que era para mayores de cinco años (no debí leer la letra pequeña), pero finalmente nos dejaron pasar.

Nos dirigimos a la sala “NUBE”, un espacio amplio, lleno de libros, con el suelo enmoquetado, colchonetas a diferentes niveles, un lugar perfecto para estar con los peques, leer  y jugar, me encantó.

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En un alarde de sinceridad, diré,  que no me quedo mucho, con los nombres de los autores infantiles, salvo alguna excepción. Compro los libros por el contenido, sin fijarme en el responsable. Así que, fue una grata sorpresa, que los cuentos allí narrados, fueran de la propia mano del autor, que resultó ser muy gracioso, dinámico y divertido.

Tenedor, aguantó los 45 minutos más o menos,  que tardó en contar unos cuatro cuentos, fue una sesión  en la que nos reímos mucho, y en la que  consiguió que padres e hijos participáramos activamente en todo momento.

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Hemos tenido la oportunidad de conocer al escritor de los libros, algo poco usual, disfrutar de una mañana diferente, y seguir fomentando en el peque el hábito de la lectura, y de los libros, he de decir, que por ahora funciona, le encantan y le entretienen mucho.

Así que lo recomiendo, la próxima, el domingo 20 con Margarita del Mazo, (indicado también para  mayores de 5 años)

Y para los más pequeños (de 1 a 3 años) el domingo 27 a las 12.00h: Una palabra, un sonido, una imagen…

Seguro que todo esto os lo contará con más detalle,” la chica del barrio”, así que no os perdáis su agenda cada semana.

No quería dejar pasar la ocasión,  para contaros esta pequeña salida, que resultó de lo más interesante, creo que es importante hacer estas cosas, aunque sea de vez en cuando, porque a los peques, les sienta fenomenal, y a veces por pereza nuestra, nos quedamos en casa.

¡Ánimo y a la calle ¡

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