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En el lio de ser madre.

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Entre dos tierras

“Entre dos tierras estás
y no dejas aire que respirar
entre dos tierras estás
y no dejas aire que respirar”

Entre dos tierras estoy, y no tengo aire que respirar….

Así me siento últimamente entre Tenedor y cucharita…Siento que ambos reclaman su tiempo, su espacio, y no llego a ninguno de los dos.

Mientras Cucharita llora, para que la coja en brazos, Tenedor se revela, se enfada, y hace todo lo contrario a lo que le pedimos, para llamar nuestra atención… Noto, que no puede controlar sus celos, y eso le lleva a perder el control, a desafiarnos constantemente, en una batalla contra su hermana, sin tan siquiera, él saber de dónde le viene tanta irá, tanta rabia…

Algo en él está cambiando, y no puedo evitarlo…

Su comportamiento se modifica, su personalidad se desdibuja, y a mi, me consume la impotencia de no saber cómo ayudarle a gestionar sus sentimientos, a qué comprenda que sigue siendo importante, que le seguimos queriendo como antes, solo que ahora somos uno más.

Y mientras, yo, me estoy convirtiendo en la madre que nunca quise ser, mi paciencia brilla por su ausencia, me siento perdida y desbordada. Y todos mis propósitos se pierden en el intento.

Me queda la esperanza de que sea una etapa, de que Tenedor, encuentre su nuevo sitio, aprenda a canalizar lo que siente, acepte a su hermana como una igual, y no una rival.

Que entienda que nuestro amor, es incondicional, y que sigue siendo importante en nuestras vidas, y volver a respirar armonía en el hogar.
Estoy tan agotada, que me falta tiempo para todo, incluido el blog, estoy dando vueltas a cerrar también esta parte…

Época de turbulencias, confiando en un buen aterrizaje….

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Una carta certificada

A todos nos hace ilusión, cuando suena el portero, y preguntamos: “¿Quién es?”, y contestan: “el cartero”.

Nos embarga la emoción pensando, ¿qué traerá? y ¿quién se ha acordado de mí? , pero cuando abres la puerta, y te dice: “Carta certificada”….te cambia el semblante por completo, el mal rollo se apodera de ti en apenas un segundo…carta certificada, es sinónimo casi al 99% de marrón asegurado, no sabes qué será, ni por donde te va a caer, pero tienes claro que no te va a gustar.

Así que con el pulso tembloroso, e intentando disimular, firmas y te despides del cartero.

Ya a solas, miras la carta, decidiendo si quieres leerla después o antes del desayuno, que es mejor que te revuelva el café, o que te haga un nudo y ya no desayunes….

Ya de perdidos al río, y la abres: “Excelentísimo Ayuntamiento”, empezamos mal, de un Ayuntamiento, seguro que no es una felicitación, ya hueles a que te van a pedir dinero.

Y efectivamente, vas leyendo, y he aquí una multa…esto puede ser hasta normal, no tanto, si la multa es de la Ciudad de Sevilla, y una, no ha tiene el placer de conocer dicho lugar.
Desde luego, tiene un color especial, y unos policías, muy acertados apuntando los números de matrícula, que según ellos, el mío se encontraba mal estacionado un 2 de julio…

Suerte que ese día, fue el fatídico momento de incorporación al trabajo, después de mi baja maternal, y que puedo demostar que mi vehículo y yo, nos encontrábamos a kilómetros de distancia de dicha infracción…ahora toca recurrir, y perder mi tiempo y mi dinero en reclamar, y esperar, por supuesto, que se acepte.

Esto me hace pensar, que si llego a estar de baja, y no puedo probar que mi coche no estaba en Sevilla, se queda una bastante indefensa, y con cara de tonta durante meses, por tener que pagar una multa que no es tuya.

En fin, esperando que el Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla, rectifique, que errores tenemos todos, y mientras se corrija, solo quedará en una mala digestión.

Eso sí, si me decido a ir a conocerla, procuraré aparcar correctamente en sus calles.

La vida con un carrito

Erase una vez, una madre ilusa e inocente, una,  que confiaba en el transporte público, una,  que creía en el  apoyo ciudadano. Una,  que aprendió la lección, como se aprenden muchas, con el error y la práctica.

Una,  que ya embarazada,  sufrió el aplastamiento en los vagones del metro, ante la cara impasible del resto de los pasajeros, una,  que puede contar con los dedos de una mano, las veces que le cedieron el asiento, y a pesar de ello, volvió a descender a las profundidades  de la tierra, esta vez, ya con el bebé y un carro…

Empezó mal su aventura, la estación de su barrio, carecía de escaleras mecánicas, de ascensor,  ni hablamos, pero como era bajada, llegó sin aliento al andén, pero dominando la situación.

Dentro del vagón, le fue difícil hacerse con un sitio, no obtuvo demasiada colaboración, y la cosa empeoró, cuando empezó su ascenso hacía la luz, otra estación sin escaleras, sin ascensor, y de subida. Toda digna, y repitiéndose una y otra vez: “no hay dolor”, iba escalón a escalón, ahora notaba, como empezaba a sudar…y era invierno,  la gente la esquivaba, como si fuera un estorbo, un  obstáculo,  que les impedía correr…

Ya casi al final del recorrido, una chica,  le ofreció ayudarla, y juntas llegaron a la salida, respiró entonces aire puro, notó sus brazos entumecidos, el sudor bajando por su espalda, la falta de aire en los pulmones…y solo podía pensar, que  en unas horas, tenía que repetir todo aquello, para  volver a casa…

La vuelta fue igual o peor, nadie la ayudó, salvo al final, un chico joven y apuesto, a subir el tramo de salida.

Desde aquel día, decidió que no volvería a usar el transporte público, si iba sola, que sintiéndolo mucho, con coche iba más cómoda, menos estresada, el bebé más tranquilo, puede que fuera menos ecológico, hasta algo más caro, pero su espalda, brazos, y estabilidad emocional, se lo agradecerían.

Pero como el hombre,  es el único animal,  que tropieza dos veces  con la misma piedra, lo intentó otra vez, ahora con el autobús…a  la ida sin inconvenientes, a la vuelta, se quedó bajo la lluvia, agarrada a su cochecito con el niño llorando, esperando al siguiente, porque había alguien con un carrito de la compra…la indignación,se apoderó de ella, y ratificó su postura de NO al transporte público.

Mantuvo, durante un tiempo,  su postura de no usarlo, sino iba en compañía, pero,  como no hay  dos sin tres…este sábado, volvió a coger el autobús…

Notó como su corazón latía fuerte,  mientras esperaba el bus, pero por suerte, no había carro, y estaba medio vacío, así que llegó a su destino, como estaba previsto….

Pero le quedaba el regreso…esperó en una parada, una del centro, el autobús lleno, imposible subir…decidió andar, hasta otra, en la que coincidían dos líneas que le llevaban a su casa, caminó, y esperó, otros 15 minutos,  autobús lleno, otro con carro, otros 15 minutos, autobús medio vacío y con carro, otros 10 minutos, autobús tan lleno, que no cabía nadie,  y así sucesivamente, hasta la friolera de 8 autobuses.  Tuvo en varias ocasiones,  que mantener la compostura, y no ponerse a llorar de forma desconsolada. Su hijo, la miraba, y le preguntaba cuando les tocaba a ellos, ambos bromeaban con la espera, el cansancio, y las ganas de llegar a casa…

Era el último que estaba dispuesta a esperar, sino,  prefería caminar, que seguir viendo pasar los minutos, y los autobuses. Más de una hora  perdida, para un trayecto de quince minutos.

Llegó a su casa abatida, agotada,  desmoralizada, y con la absoluta certeza, de que el transporte público, al menos, el de su ciudad, no era  lo más aconsejable para viajar sola con niño y carro…

¡Tú a la cama, yo al sofá!

Nadie  dijo que la convivencia en pareja, fuera fácil,  ¿o, si? y nada tiene que ver, creo yo, con el amor.

Cuando te vas a vivir con alguien se produce una etapa de adaptación, que cada pareja vive de una manera. Las hay que enseguida se acoplan, y apenas notan el cambio, y a otras, les cuesta algo más.  Pasan por  ajustes y desajustes, hasta que encuentran el punto, en que ambos se sienten cómodos.

¿Pero, qué ocurre cuando llegan los hijos?, Todo lo establecido hasta el momento, ¿sigue vigente?,  ¿es época de revisión?, ¿es cierto que se discute más?

Este es el debate,  que últimamente tenemos en la oficina, las “madres” opinamos que la pareja se ve afectada con la llegada del bebé y en ocasiones resentida. Se discute más, se tolera menos, aparecen puntos de vista encontrados entre los padres, de cómo enfrentarse,   a todo lo que hace referencia con los peques. Cierto es,  que la falta de sueño, el cansancio, los nervios, juegan en contra, pero puede también, que nos volvamos menos transigentes, que queramos que todo,  se haga a nuestro gusto, y eso,  genera más conflictos.

Las “no madres”, dicen que ellas, no lo entienden, que desde fuera, parece que las mujeres nos quejamos mucho, delegamos poco, queremos ayuda, pero solo a nuestra manera, que no dejamos espacio, para que ellos actúen como  consideren oportuno, que exageramos, que nos alteramos con facilidad.  ¿Es cierto eso?

¿Nos volvemos seres insoportables, histéricos, incomprendidos?, o simplemente es  que,  un elemento nuevo en la ecuación, hace que haya que reformular,  para que se obtenga un resultado satisfactorio.

Y mientras se despeja la incógnita, los desencuentros se producen, los puntos de vista diferentes, parecen más, todo acaba,  en algo parecido a una discusión…

No nos ponemos de acuerdo en nada: ¿Qué le pongo?, (muy abrigado/poco abrigado), ¿qué come? (mucho, poco, nada…le doy entre horas, nada hasta la siguiente comida) ¿a qué hora se va a dormir? (muy pronto, demasiado tarde, no te quedes con él, déjale llorar, no quiero que llore, ya se cansará, no quiero oírlo llorar…) Lo cojo mucho, poco. Lo consientes demasiado, la culpa es tuya de las rabietas, tiene mamitis,papitis, abuelitis…¡lo tienen todo!…y un sinfín de pequeñas disputas,  por las cosas más insignificantes.

¿Es realmente tan difícil, criar a unos hijos,  sin conflictos cotidianos?, quizás parezca más de lo que es, y la falta de costumbre, de discrepar con frecuencia, te produzca la sensación,  de vivir en un continuo enfrentamiento.

Puede que solo sea,  cuestión de relajarse, de que cada uno, haga las cosas a su manera,  que tenga su espacio,  eso sí, con unas bases muy claras, para no volver a los peques locos, ellos solo deben recibir el mensaje final, el que,  ambos han aprobado como válido.

Y puede que sea así de sencillo, pero hay días, en que el agotamiento físico y mental, hace mella, y solo queda eso de: ¡Tú a la cama, yo al sofá!

Sí,  soy rara, de elegir, prefiero, el sofá, tengo la tele, y así distraigo  la mente.  Soy de las que me da mal rollo, meterme en la cama triste, enfadada, o disgustada, nunca consigo descansar.

Y llamarme ingenua, pero creo que esto,  se puede hacer sin tanto desencuentro, siempre quedará mañana, para hacerlo mejor, más tranquilos, más serenos, para aprender de lo que funciona, desechar lo que desgasta y  buscar eso tan deseado, que Platón, tuvo la poca delicadeza,  de decirnos que era lo ideal: El equilibrio.

love-is

 

 

Las semanas al sol.

Sentada con la mirada perdida en el vacío, contemplo desde la ventana de mi trabajo, la fría calle y el cielo gris que cubre Madrid.

Las madres corren por la acera, tirando de sus hijos, porque llegan tarde al colegio, una furgoneta aparca en doble fila, para repartir alimentos a una pequeña tienda, una señora pasea con su perro, un grupo de chavales riendo, un abuelo comprando el periódico….todo parece normal…

Pero esa madre, llega tarde al trabajo, además de al colegio, ese, que no entiende su vida familiar, y que tampoco le importa. Uno,  que no sabe si va a perder por los recortes, por ser mujer, o porque sí. Esa madre, que no ha dormido bien, porque los números no le cuadran ( y no los del país, esos no le cuadran a nadie) sino, los que no sabe cómo combinar para llegar a fin de mes. Qué ha tenido pesadillas porque su hermana, vecina, amiga, ha perdido el trabajo. Porque ni por las noches, puede dejar de pensar, en qué clase de país va a educar a su hijo (si es que lo puede educar, porque a este paso, ni estudios le va a  poder dar).

Un repartidor, que no sabe qué día va a ser el último, cuánto tiempo va a poder mantener su trabajo. Qué emprender significa muchas horas de trabajo, de sacrificio, de vida. Significa dolores de cabeza, incertidumbre. Ese,  que acumula facturas por pagar, y también las de cobrar, porque nadie tiene liquidez. Uno, que mira el telediario, mientras come el menú de oferta del bar de siempre, comentando lo mal que está el país, lo que nos roban, mientras hacen la quiniela, con la ilusión de que 15 aciertos salven su futuro.

Esa señora que pasea al perro, mientras piensa, en las No entrevistas de trabajo que consigue, que ha vuelto a vivir con sus padres, porque no ha podido mantener su piso, ni su trabajo, y su dignidad a duras penas. Esa,  que se manifiesta siempre, que grita hasta quedarse sin voz, pero siente que nadie la escucha. Esa,  que se desanima, porque suma años, fracasos, y resta oportunidades, ilusiones, esperanza.

Los chavales ríen entre ellos, hacen bromas, todavía tienen brillo en los ojos, aunque cada vez, son más conscientes,  de la sociedad que les ha tocado vivir, lo ven, en las caras de preocupación de sus padres, de sus profesores. Lo ven en los telediarios, en la tensión del ambiente. Sueñan con tener una oportunidad, estudiar, ser alguien, mientras empiezan a comprender cuántos se quedan en el camino, que van a tener que luchar el doble, hacerse oír.

Ese abuelo,  que compra el periódico por costumbre, que ha vivido los de antes y lo de ahora. Que a su edad, después de sobrevivir a todo tipo de penurias, de trabajar de sol a sol, para que sus hijos tuvieran una oportunidad, ve como todos sus esfuerzos fueron en vano, como sus hijos sufren la ira de la crisis, la pérdida de poder adquisitivo, ellos si,  han tenido un “injusto empobrecimiento”.  Uno,  que llora por dentro,  cuando va a buscar a sus nietos al colegio, y no sabe qué tipo de futuro tendrán. Ese, que con su pensión, le compra zapatos nuevos, y un pijama, para ayudar dentro de sus posibilidades. Ese, que acumula dolores, pastillas, recetas, y tiempo de espera en los hospitales. Uno, que aunque cansado de todo, pide no morir, porque sabe que sus hijos, lo necesitan para poder organizar su vida…qué no quiere envejecer, porque no quiere ser una carga más. Uno, que ya no se puede permitir descansar.

Y yo, vuelvo en mí, a mi ordenador, pensando en la reunión que tengo mañana, donde nos hablarán de ajustes y reorganización de trabajo, y eso nunca suena bien. Qué como muchos estoy cansada de que me tomen por tonta, que aunque sea una simple mortal, con un sueldo de chiste, no quiere decir que tenga inteligencia restringida, que no me de cuenta,  que me mienten, me manipulan, me roban. Juegan con mi dinero, que me gano con mucho esfuerzo, con el futuro de mi hijo, que me piden esfuerzos que ellos no hacen. Que esto no va de un partido político, que da igual el traje que vistan, lo que nos importa es el resultado, que el que se lo merezca, pague por ello. Que dejen de decir falsedades con una sonrisa en la cara, que  no señores, no somos tontos, somos seres humanos que EXIGIMOS un gobierno que trabaje por un bien común, y no por ver quién se hace el chalet más grande, quién desfalca con más gracia, con más cierto, a ver a quién no pillan…

Queremos resultados y los queremos ya, porque esto, señores, es insostenible, lamentable y vergonzoso.

Gracias a todo aquellos, que tienen el valor, de decir lo que piensan, y nos animan a hacer lo mismo, gracias Peinta, gracias Papá Lobo, esta es su conclusión.

 

 

¡ 24 horas de virus asesino!

Esta semana me ha atacado un virus asesino, uno de esos que primero, va a por tu pequeño, y días después cuando crees que ya ha pasado el mal trago de limpiar vómitos, y  de verlo decaído y sin apetito, va a por ti, sin avisar, sin síntomas previos.

Uno de esos traicioneros, que aprovechan cuando les das la espalda, uno de los que no tienen  la delicadeza de aparecer en viernes, para dejarte el fin de semana para recuperarte con la ayuda del Don, encargándose del peque y la casa..

Pero este, este,  es de los que lo hacen un lunes. A media tarde, ya notas algo raro, y a eso de las nueve, cuando ya te veías con el día casi superado, el salón comienza a dar vueltas. Una parte de la cena juega al Pin Pon en tu estómago, y otra hace alpinismo por tu garganta, hasta que ambas encuentran finalmente la salida…

Y tenedor no para de llamarme, y yo sin poder contestar, hasta que con un hilo de voz, consigo decir: “un momento, estoy malita”, y el cuál príncipe al rescate, aparece con su maletín de «Caillou», (si, “Caillou», ningún príncipe es perfecto) e intenta curarme.

Cuando consigo que se duerma,  me arrastro hasta al baño, a la cama…me arrastro…me tiene toda la noche en vela, con una única compañía: el inodoro. Testigo de toda aquella escena dantesca, que se repite una y otra vez.

Uno de esos, que consigue que por la mañana no seas persona, y te obliga a quedarte en casa, sin poder ir a trabajar. Con la condición, de que debes recuperarte para las cuatro, hora límite, que es,  cuando como una exhalación, tengo que salir a por el peque, ya que no ha tenido la cortesía  de envenenarme, en un momento en que pudiera delegar mis obligaciones de madre.

Uno, que en otros tiempos, te habría dado licencia para tirarte en el sofá de forma indefinida, con tu mantita, si el tiempo acompaña, viendo la tele, una película, o una de tus series favoritas, en las que preferiblemente , el prota, estuviera muy bueno, para compensar  a la vista, los estragos que el bicho, está haciendo en tu cuerpo.

En esos tiempos, en los que podías abusar de los cuidados de tu madre, estar más ñoña de lo habitual, y reclamar más atención y mimos.

Pero que ahora, solo significa, que mientras estás tirada, las tareas se acumulan,  el tiempo  apremia,  porque Tenedor, tiene las mismas necesidades que cuando estás sana, el padre tiene que seguir trabajando, no hay tregua.

Es de esos, que además, ni siquiera ,se queda el tiempo suficiente para ayudarte a perder esos kilos de más , que todavía arrastras  del verano(aunque los recuperes a los dos días, cuando te comes todo lo que no has podido, en las 48 horas anteriores).

Y te abandona , dejándote con escasa energía, el cuerpo revuelto, ojeras, y un montón de obligaciones atrasadas. Exceso de  Aquarius, un odio repentino al Jamón  york, ni oir hablar de dieta blanda, solo pronunciar la palabra Manzanilla, te provoca arcadas, sabes que durante un tiepo no volverás a cenar lo de alquel lunes y sientes  un deseo incontrolado de comerte una palmera de chocolate.

¿Dónde estarán aquellos maravillosos años, en lo que los virus, al menos, servían de algo?

 

 

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