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En el lio de ser madre.

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La vida con un carrito

Erase una vez, una madre ilusa e inocente, una,  que confiaba en el transporte público, una,  que creía en el  apoyo ciudadano. Una,  que aprendió la lección, como se aprenden muchas, con el error y la práctica.

Una,  que ya embarazada,  sufrió el aplastamiento en los vagones del metro, ante la cara impasible del resto de los pasajeros, una,  que puede contar con los dedos de una mano, las veces que le cedieron el asiento, y a pesar de ello, volvió a descender a las profundidades  de la tierra, esta vez, ya con el bebé y un carro…

Empezó mal su aventura, la estación de su barrio, carecía de escaleras mecánicas, de ascensor,  ni hablamos, pero como era bajada, llegó sin aliento al andén, pero dominando la situación.

Dentro del vagón, le fue difícil hacerse con un sitio, no obtuvo demasiada colaboración, y la cosa empeoró, cuando empezó su ascenso hacía la luz, otra estación sin escaleras, sin ascensor, y de subida. Toda digna, y repitiéndose una y otra vez: “no hay dolor”, iba escalón a escalón, ahora notaba, como empezaba a sudar…y era invierno,  la gente la esquivaba, como si fuera un estorbo, un  obstáculo,  que les impedía correr…

Ya casi al final del recorrido, una chica,  le ofreció ayudarla, y juntas llegaron a la salida, respiró entonces aire puro, notó sus brazos entumecidos, el sudor bajando por su espalda, la falta de aire en los pulmones…y solo podía pensar, que  en unas horas, tenía que repetir todo aquello, para  volver a casa…

La vuelta fue igual o peor, nadie la ayudó, salvo al final, un chico joven y apuesto, a subir el tramo de salida.

Desde aquel día, decidió que no volvería a usar el transporte público, si iba sola, que sintiéndolo mucho, con coche iba más cómoda, menos estresada, el bebé más tranquilo, puede que fuera menos ecológico, hasta algo más caro, pero su espalda, brazos, y estabilidad emocional, se lo agradecerían.

Pero como el hombre,  es el único animal,  que tropieza dos veces  con la misma piedra, lo intentó otra vez, ahora con el autobús…a  la ida sin inconvenientes, a la vuelta, se quedó bajo la lluvia, agarrada a su cochecito con el niño llorando, esperando al siguiente, porque había alguien con un carrito de la compra…la indignación,se apoderó de ella, y ratificó su postura de NO al transporte público.

Mantuvo, durante un tiempo,  su postura de no usarlo, sino iba en compañía, pero,  como no hay  dos sin tres…este sábado, volvió a coger el autobús…

Notó como su corazón latía fuerte,  mientras esperaba el bus, pero por suerte, no había carro, y estaba medio vacío, así que llegó a su destino, como estaba previsto….

Pero le quedaba el regreso…esperó en una parada, una del centro, el autobús lleno, imposible subir…decidió andar, hasta otra, en la que coincidían dos líneas que le llevaban a su casa, caminó, y esperó, otros 15 minutos,  autobús lleno, otro con carro, otros 15 minutos, autobús medio vacío y con carro, otros 10 minutos, autobús tan lleno, que no cabía nadie,  y así sucesivamente, hasta la friolera de 8 autobuses.  Tuvo en varias ocasiones,  que mantener la compostura, y no ponerse a llorar de forma desconsolada. Su hijo, la miraba, y le preguntaba cuando les tocaba a ellos, ambos bromeaban con la espera, el cansancio, y las ganas de llegar a casa…

Era el último que estaba dispuesta a esperar, sino,  prefería caminar, que seguir viendo pasar los minutos, y los autobuses. Más de una hora  perdida, para un trayecto de quince minutos.

Llegó a su casa abatida, agotada,  desmoralizada, y con la absoluta certeza, de que el transporte público, al menos, el de su ciudad, no era  lo más aconsejable para viajar sola con niño y carro…

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